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Cuando una idea apostólica genera nuevas oportunidades

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¿Quién no ha recibido alguna vez una inspiración, una corazonada, una invitación que te llega al centro del alma?

¿Quién no ha recibido alguna vez una inspiración, una corazonada, una invitación que te llega al centro del alma?

Por Fernando de Navascués

Christopher Bell no es un neoyorkino más. Desde siempre se ha dedicado a hacer de la Gran Manzana un lugar un poco más digno para todos, especialmente para aquellos que lo pasan peor. En su juventud, cuando vivía en Times Square, trabajó con niños sin hogar y sin escolarizar. Pero cierto día le sonó en la cabeza algo que parecía la voz de Dios y que le llamaba a hacer cosas nuevas: descubrió la gran cantidad de mujeres embarazadas y con niños pequeños que no tenían un hogar al que acudir. Era un nuevo tipo de pobreza al que pocos le dedicaban esfuerzos, y una situación para la que estas mujeres no estaban preparadas.

Christopher había trabajado con el Padre Groeschel, el fundador de la Comunidad de los Frailes Franciscanos de la Renovación. Se dirigió a él para explicarle que había descubierto esta necesidad de buscar vivienda a largo plazo para estas mujeres, pero que no sabía qué hacer: “Padre: ¿Por qué no hace algo para ayudar a estas jóvenes madres y los niños?”.

El Padre Groeschel entendió perfectamente la necesidad y el llamado que Christopher estaba recibiendo, y le aseguró su ayuda. Con el tiempo, en 1985, se crearon los Hogares del Buen Consejo.

Para muchos, Christopher Bell es un modelo de apóstol. ¿Quién no ha recibido alguna vez una inspiración, una corazonada, una invitación que te llega al centro del alma? ¿La hemos seguido? Christopher, sí. Detectó una necesidad y ante su falta de experiencia no dudó en pedir ayuda. No le vencieron los respetos humanos ni se dejó vencer por las dificultades: necesitaba una ayuda, la buscó y la encontró.

Este apóstol neoyorkino “descubrió” una necesidad, la punta de un iceberg al que Dios quiso encaminarle. Definió un objetivo: ayudar a las mujeres con niños a salir de las calles y encontrar la estabilidad a través del trabajo y la educación. Y puso los medios.

Cuando abrieron el primer hogar del Buen Consejo empezaron a llegar mujeres con hijos en situación de pobreza, sin expectativas a corto plazo, y con unos dramas añadidos que él no había previsto: el 50% de las mujeres que llegaban y siguen llegando a los hogares del Buen Consejo han abortado una o varias veces. Son mujeres desechas por el síndrome postaborto, no tratadas, y con unas cargas emocionales y físicas complejas.

Con todo, Christopher no quería una asociación asistencialista. Una de esas que se limita a resolver la situación inmediata, que aunque necesarias en algunos casos no llegan a la raíz del problema en el que se encuentran estas mujeres.

Mientras ellas permanecen en los Hogares del Buen Consejo reciben todo tipo de ayuda práctica para la vida: desde finanzas a temas de salud, tanto para ellas como para sus hijos, independientemente de la edad que tengan. La estancia media de una madre y sus hijos suele ser de 13 meses, un tiempo suficiente para formarse y encontrar un trabajo que las ayude a empezar una vida estable.

En estos más de 30 años, se han creado cuatro Hogares del Buen Consejo en Nueva York y en Nueva Jersey, y por ellos han pasado más de 7000 mujeres y sus familias.

Ahora bien, aquel primer llamado a hacer algo por estas mujeres llevó a Christopher y a sus colaboradores a descubrir otra gran necesidad que, como hemos dicho, no habrían descubierto si no hubieran dado antes el primer paso: la necesidad de atender a hombres y mujeres que pasado por el drama del aborto.

Bell nunca olvidará a la primera mujer que llegó a su primer Hogar del Buen Consejo. Tenía un hijo pequeño, pero le comentó que no era su primer hijo. Anteriormente tuvo un aborto cuando estaba en la escuela secundaria. Le habían dicho que su bebé de nueve semanas de edad en su vientre era sólo una “masa de tejido con sangre”. Con el tiempo descubrió que no era así.

Cristopher, como apóstol que es, siguió escuchando la voz de Dios, que se manifiesta a veces por los hechos que pone ante nuestros ojos, y creó una nueva asociación, “Lumina”, con la que quieren atender a quienes hayan tenido alguna relación con el aborto.

Con “Lumina” muchas mujeres pueden cicatrizar sus heridas emocionales post-aborto, pero también reciben educación y encuentran grupos de curación y esperanza. Los hombres, los grandes olvidados de este drama, también reciben apoyo: “Queremos que todos los involucrados en abortos sepan que Dios puede perdonarles”, señala Bell.

Otro fruto del “sí” de Christopher a Dios hay que verlo en perspectiva. En sus hogares han nacido 1.000 niños. Pero para Bell esto ya “no es suficiente: queremos ayudar a las mujeres a tomar los siguientes e inmensos pasos. Y nos gustaría ver que otras casas como la nuestra se abren en todo el país”.

Dios bendice a quien se entrega, y su celo ha sido bendecido, de momento, con otros Hogares del Buen Consejo en ocho estados más.

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