Regnum Christi México

El amor de Pedro

Regnum Christi

Cuando Pedro se equivocó, una y otra vez, lo que Jesús vio en él fue su amor y espera que hagamos lo mismo con nuestros semejantes.

Por Maleni Grider

Muchas veces durante nuestra vida, nos sentimos indignos del amor de Dios, o de recibir las abundantes bendiciones que Él nos ofrece. Y es que le fallamos al Señor muy a menudo. Ya sea que ofendamos a alguien, tengamos una mala actitud o cometamos una falta más grave, es difícil comprender que Dios nos sigue amando con amor inagotable.

Un ejemplo de este profundo sentimiento de no merecer algo lo tuvo el apóstol Pedro en diversas ocasiones, dado que su apasionado amor por Cristo lo impulsaba a proferir expresiones fuera de lugar, o a llevar a cabo acciones poco prudentes. En otras palabras, su amor por su Maestro lo cegaba y lo hacía perder la razón o el propósito verdadero.

El momento climático en el que Pedro aprendió la humildad fue después de haber negado a Jesús tres veces durante la noche en que el Salvador fue arrestado. Al terminar esa terrible experiencia de culpa, el discípulo comprendió el alto costo de amar a Jesús y poner su vida a su servicio.

Nosotros, como hijos de Dios, también traicionamos a nuestro Señor o le fallamos con nuestro pecado. A pesar de nuestra consagración, a menudo tomamos decisiones equivocadas, provenientes de reacciones impulsivas. Sin embargo, lo que debemos entender es que Jesús siempre está dispuesto a perdonarnos. Incluso en los peores valles de nuestra existencia, cuando nos sentimos absolutamente inmerecedores de su amor.

Cuando Pedro se equivocó, una y otra vez, lo que Jesús vio en él fue su amor, y no su fallido carácter. Jesús se enfocó en el amor de Pedro y no en sus defectos. El Señor sabía que este discípulo tenía un corazón inclinado hacia Él, deseoso de seguirlo hasta la muerte, tal y como ocurrió más tarde, a pesar de los grandes errores de Pedro.

He aquí la verdad: ¿merecemos el amor de Dios y todas sus dádivas? No. No lo merecemos. Tampoco merecíamos que Cristo muriera en nuestro lugar, pero lo hizo. Y ya está hecho. Jesús nos amó hasta la muerte y prometió amarnos y estar con nosotros hasta el fin de los días. Su amor no es un amor frágil ni barato. Su amor es un amor permanente, maduro y a prueba de todo. Su amor incluye perdón.

No somos merecedores de los favores de Dios, pero Él nos ha dado promesas a las que nunca fallará. No merecemos su perdón y la abundancia de bendiciones que nos da, pero Él ha querido levantarnos de nuestra miseria, amarnos (a pesar de o más allá de nuestro pecado), redimirnos. Es decir, Él ha dicho que podemos tener su perdón y sus bendiciones porque Él ya pagó el precio en la cruz por nosotros.

Si Él ha dicho que podemos tenerlo, entonces podemos. No es que seamos dignos, pero Dios ha querido así redimirnos. Así que lo único que podemos hacer es aceptar su perdón, aferrarnos a sus promesas, recoger sus bendiciones y caminar erguidos. No orgullosos, sino redimidos. No altivos, sino en humildad de espíritu.

Horizontalmente, el Señor espera que hagamos lo mismo con nuestros semejantes: ver su amor y no sus defectos. En otras palabras, ver sus cualidades y no sus errores, ver sus buenas acciones y no sus fallas. La redención puede cambiar el rumbo de la vida de alguien. La compasión es lo que nos eleva del suelo y nos coloca en un lugar más alto.

Si Jesús hizo eso por nosotros, ¿no deberíamos también nosotros hacerlo por nuestros hermanos? Recibe el perdón, levanta tu rostro…, y camina. Luego ve y ofrece la misma oportunidad a otros.

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