Por: P. Benjamín Clariond, L.C., para RC+
Durante la octava de pascua es muy llamativo que todos los evangelios tengan que ver con encuentros con el Resucitado. Y es más sorprendente que en varias ocasiones sea, precisamente, en el contexto de la fracción del pan en donde reconocen al Señor. Sin duda ninguna es en la Eucaristía en donde podemos nosotros también encontrarnos con Jesús para poder conocerlo, dejarnos amar por Él y corresponder a su amor, y luego invitar a todos nuestros hermanos a hacer la misma experiencia. Pero, ¿cómo lograr que veamos la misa como la fuente y el culmen de toda la acción y la vida de la Iglesia (ver Sacrosanctum Concilium n. 10)? ¿Cómo convencernos de que es la mejor oración y no solamente un compromiso espiritual más?
En esta breve reflexión quiero proponerte algunos medios para lograr una participación activa en la misa y para poder vivirla intensamente, como los primeros cristianos.
En nuestra cultura mediática, es muy común que estemos al pendiente de las clasificaciones para la Fórmula 1, de los partidos de fútbol de nuestro equipo favorito, o de las últimas hazañas de los tenistas de moda. Se trata de deportes de espectador, donde, desde la comodidad del hogar, o, si somos afortunados, en el lugar del partido, podemos ver al atleta mostrar sus habilidades y destrezas. Si bien esto es fascinante, personalmente creo que es mucho más emocionante no ser espectador, sino participar activamente en la acción deportiva.
Al celebrar la eucaristía en una parroquia, a veces me da la impresión de que la misa es tratada también como un deporte de espectador. No es raro encontrar con personas que llegan a la iglesia (casi siempre a tiempo) para escuchar unos cantos, y participar de una coreografía como las de las porras en el estadio, poniéndose de pie, sentándose, arrodillándose y, de vez en cuando, decir una consigna con mayor o menor fuerza. Pero sobre todo, van a ver al sacerdote rezar y dar un sermón, como quien ve un espectáculo más o menos entretenido.
Pero la misa no es así en absoluto. El Catecismo de la Iglesia Católica nos lo recuerda:
La obra de Cristo en la liturgia es sacramental porque su Misterio de salvación se hace presente en ella por el poder de su Espíritu Santo; porque su Cuerpo, que es la Iglesia, es como el sacramento (signo e instrumento) en el cual el Espíritu Santo dispensa el Misterio de la salvación; porque a través de sus acciones litúrgicas, la Iglesia peregrina participa ya, como en primicias, en la liturgia celestial. (n.1111)
Y además recuerda que:
En una celebración litúrgica, toda la asamblea es “liturgo”, cada cual según su función. El sacerdocio bautismal es el sacerdocio de todo el Cuerpo de Cristo. Pero algunos fieles son ordenados por el sacramento del Orden sacerdotal para representar a Cristo como Cabeza del Cuerpo (n. 1188).
Por lo tanto, todo bautizado está llamado a participar en el drama del Calvario en primera persona, aportando su talento y sus dones, su persona. Cada cristiano, por su sacerdocio bautismal, está llamado a escuchar la Palabra de Dios y acogerla en su corazón como hacía María y, de alguna manera, encarnarla en su propia vida en respuesta a la gracia. En el ofertorio, todos ofrecemos todos nuestros dones, penas y alegrías para unirlas al sacrificio de Cristo. En la consagración estamos presentes sacramentalmente —somos contemporáneos— en el sacrificio de la Cruz y en el misterio de la Resurrección. Nuestras respuestas y nuestros cantos (incluso cuando no somos muy talentosos en la música) nos unen a los coros de los ángeles y los santos en el más alto canto de alabanza, de petición e intercesión.
Los ministros ordenados tienen algunas funciones específicas diferentes a las de los demás bautizados. Sin embargo, todos están llamados a participar activamente. Por lo mismo, participar en la eucaristía no puede reducirse a ir a ver al sacerdote rezar y más o menos sobrevivir lo que dure la misa. Se trata más bien de ir a aportar mi oración, mi amor a Cristo y a las almas, mis preocupaciones, dolores y sueños, y así unirme como miembro vivo del cuerpo de Cristo a su sacrifico perfecto.
Los Estatutos de la Federación Regnum Christi hacen presente la aspiración de todos los que formamos parte de ella: “Buscamos que toda nuestra vida, incluyendo el apostolado, sea una perenne liturgia para gloria de Dios. De este modo nos integramos en la vida de Cristo resucitado, que es una continua alabanza y ofrenda al Padre. Esta vida litúrgica tiene su centro en la Eucaristía y tiene como fruto la comunión con Dios y con los hermanos” (n. 22).
Así, participando en la Eucaristía, colaboro de manera muy efectiva con Jesucristo en la salvación del mundo, para que su gracia penetre en los corazones, empezando por el mío y de mi familia. La misa es la gran oportunidad para dejarme bendecir por Él, unirme a Él en la comunión, para luego ser presencia suya en el mundo como apóstol. Al participar de manera consciente y activa, me uno como Iglesia a Jesús en su alabanza al Padre.
Recuerdo que el P. Carlos Mora, L.C., solía decir que la misa era su “apostolado más importante”. No le importaba si había dos personas o dos mil participando en la misa. Lo que para él era crucial era penetrar en el misterio de la entrega de Jesús por amor al Padre y a nosotros y, unido a Él, ir luego a ayudar a las demás personas por medio de la dirección espiritual, de la construcción del colegio Mano Amiga de Guadalajara, o su ayuda oculta y discreta a los más necesitados. Al preguntarle que de dónde sacaba la fuerza para seguir adelante, invariablemente decía que era de la misa. A veinte años de su muerte, su testimonio nos sigue inspirando a muchos de los que lo conocimos.
Esto nos lleva a la segunda recomendación: si participas activamente en la Eucaristía, procura pensar más en Jesús que en ti mismo, pues Él y no nosotros es el centro, criterio y modelo de nuestra vida (ver EFRC n.12). Considera, además, la alegría que le das a Cristo de que pueda entrar en tu corazón en la comunión sacramental, de que pueda darte las gracias que necesitas para tu vida y misión, para que puedas ser fiel a las gracias que te concede constantemente.
Puede ser que en misa no sientas nada. Puede ser también que te toque en la celebración un niño que llora o alguna persona que canta con fervor y sin atinarle a ninguna nota. Puede ser que te toque una homilía larga y sin pies ni cabeza (Nota totalmente en serio: Si te toca algo así, sé caritativo y no le digas al padre que estuvo hermosa. Mejor dile la verdad con caridad o mejor no le digas nada.); o cualquier otra sorpresa. Pero lo importante no es lo que sientes tú, sino lo que siente Jesús y lo que el Espíritu Santo está obrando en lo profundo de tu alma y en la de tus hermanos que Él ha convocado a esta celebración y a formar parte de la Iglesia, Y lo hace incluso sin que te des cuenta: lo verás por los frutos.
Podemos no tener ganas de asistir a la misa y convencernos de que si rezamos solos en un bosque o en un campo cumplimos igual con nuestro deber de santificar las fiestas. Sin embargo, el Señor fue claro al decirnos “hagan esto en memoria mía”. Esta es la forma de oración y alabanza más perfecta, la acción de gracias más digna. Ninguna otra se le compara porque es la acción de Cristo mismo con todo su cuerpo. Sería un grave error ir de cacería de sentimientos y de experiencias especiales, descuidando la obra transformadora que se realiza en cada eucaristía en nuestro interior. Por otra parte, si vemos a Jesús y su alegría de poder ofrecerse junto con nosotros al Padre por la salvación del mundo, podremos sobreponernos a cualquier resistencia interior.
De suyo, estoy convencido de que hay muchas personas a las que el demonio no puede vencer con tentaciones demasiado burdas. Y por eso propone no asistir a la misa dominical con argumentos como “ya es suficiente que vayas a la hora eucarística” o “Dios está en todas partes”, o incluso “la caridad es el mandamiento más importante y tengo que atender a las visitas”. Lo que logra es alejarme de las fuentes de la vida, que son la Palabra y los sacramentos, y así me voy debilitando y quedando estéril, como un árbol en sequía o un cuerpo que no recibe alimento regularmente. El enemigo de tu felicidad lo sabe, y por eso empieza a acabar con un apóstol alejándolo poco a poco, hasta que ya no pueda resistir. Hay que rechazarlo con firmeza y más bien decirle a Jesús que lo preferimos a Él por encima de cualquier otro compromiso o actividad.
Invitación a la acción:
Habría muchas recomendaciones más para vivir mejor la misa como apóstol. Pero por lo pronto, te invito a vivir intensamente tu sacerdocio bautismal y así no solamente ver al sacerdote ofrecer el santo sacrificio, sino que lo ofrezcas tú también —¡te ofrezcas tú también!— juntamente con Jesús. El Señor no espera tanto que seamos espectadores, sino que colaboremos con Él y seamos sus testigos hasta los confines del mundo. Y esto se logra viviendo la mejor oración, que es la misa.