
Cada rincón del retiro fue un altar invisible donde el Espíritu Santo tocó corazones, sanó heridas profundas y devolvió esperanza. No fueron pocos los que llegaron con el corazón lleno de dudas, con el alma herida o simplemente con el deseo silencioso de volver a encontrarse con Dios y lo encontraron.
“Me había alejado de la Iglesia y de los grupos, no de Dios porque seguía orando. Pero en este retiro me di cuenta que al alejarme de estos espacios, me había alejado también de Él.”

Algunos testimonios hablaron de un antes y un después. Otros, de un reencuentro con un Dios que no se había ido, pero que necesitaban volver a mirar con ojos nuevos, desde la herida, desde la verdad, desde la necesidad profunda de sentirse hijos.
“Fue un retiro diferente. Me costó entrar en sintonía… pero al final, el Espíritu Santo llegó. Me abrió las puertas para empezar a entrar en ese mundo. La intercesión fue clave.”
El Espíritu Santo fue el gran protagonista: lo invocaron, lo esperaron, y Él llegó con fuerza. Lo sintieron con temblores, con lágrimas, con pensamientos nublados y luego paz. Llegó como un río de amor que arrasó con el miedo, el rechazo, la ira, la herida…, y sembró sanación.
“Fue hacer las paces con mi historia. Mis heridas me hacen similar a Jesús, no me alejan de Él.
Llegar a la raíz de ellas fue doloroso, pero encontré paz.”

ID no fue solo un retiro. Fue una cita divina. Fue volver al origen, al Padre, al amor. Fue descubrir que el corazón no estaba tan perdido, solo estaba esperando ser llamado por su nombre.
“Comprendí que las mismas heridas de la infancia las arrastramos a nuestro hogar de hoy…, pero siempre hay esperanza. ¡Este retiro lo debería vivir el mundo entero!”
Cada testimonio es un eco del cielo. Dios habló. Dios tocó. Dios sanó. El retiro fue un recordatorio de que cuando dejamos que el Espíritu Santo entre, la vida no vuelve a ser la misma.
“Descubrí que mis lágrimas eran un idioma del alma. Nunca había llorado así. No quería que se acabara ese momento. Dios me estaba abrazando.”

En tiempos donde muchos buscan respuestas, el retiro ID fue un manantial de sentido, de dirección, de identidad. No solo ayudó a muchos a reconocer su herida: los ayudó a saber que no están solos, que el cielo entero pelea por ellos, que el amor de Dios lo hace todo nuevo.
“Dios me habló directo. La intercesión lo confirmó. Salgo con paz y con ganas de mantenerme así.”
ID significa “identidad”, y este retiro fue precisamente eso: un viaje de vuelta al corazón del Padre, un renacer desde el interior, una experiencia que marca el alma para siempre.
Y tú, ¿ya sabes quién eres ante los ojos de Dios?