Alrededor del medio día, comenzaron a llegar tanto los misioneros, como sus familiares y amigos para celebrar en familia, el triunfo del amor. La celebración eucarística que reunió a más de 700 personas, dio inicio a la 1:30 p.m., en medio de porras, cánticos y alabanzas.

El Evangelio proclamado recordó que la tumba está vacía, que la piedra fue removida, y que la vida ha vencido a la muerte. Con fuerza y ternura, el celebrante invitó a los presentes a vivir como testigos de la Resurrección, llevando la luz de Cristo a los rincones más oscuros del mundo.
En su homilía, el P. Adolfo Güémez, L.C., subrayó que no estamos solos: Jesús resucitado camina con nosotros, especialmente cuando salimos a las calles a tocar corazones.

“La Resurrección no es solo un evento del pasado, es una persona viva que quiere transformar tu historia”, dijo. También destacó la importancia de vivir una fe encarnada, concreta, que no se quede en palabras sino que se traduzca en gestos, abrazos, miradas y actos de servicio.

Agradeció particularmente a los sacerdotes, consagrados y consagradas, quienes recibieron un fuerte y caluroso aplauso de parte de todos los presentes.
Asimismo, mencionó la importancia de las familias que han participado en la Megamisión, la fuerza de los jóvenes, la alegría de los niños; todos han sido testigos de que Jesús resucitado es real y está vivo.

Durante el ofertorio, cada participante estuvo representado: Juventud Misionera, Familia Misionera, Color Misionero, Fuego Misionero. También recibieron una mención especial los futuros colaboradores y colaboradoras quienes serán ofrenda viva de amor a Cristo y a la Iglesia: Leonardo Enríquez, Santiago García, Gonzalo Navarro, Pablo Arévalo, Mateo Bracamontes, Juan Pablo Lankenau, Euge Nájera, Paula Dieck, Mariana Camps, Mariale Caracheo, Regina Ortíz, Sofi Treviño, Isabella Siller, Baby Lebrija.

La celebración pascual se convirtió así en un envío misionero. Con corazones ardientes y rostros alegres, los misioneros renovaron su compromiso de ser luz y esperanza en las periferias, recordando que el amor de Dios siempre tiene la última palabra y que la verdadera misión apenas comienza.