El evento inició con una Hora Santa solemne para adultos, guiada por la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús, en un ambiente de recogimiento y fe viva. Las miradas fijas en Jesús Eucaristía, los corazones abiertos, las lágrimas discretas, las oraciones pronunciadas en silencio, todo hablaba de una fe que permanece, que no se apaga y que hoy, más que nunca, necesita ser alimentada.
Más tarde, los niños de una comunidad de Misioneros ofrecieron también su momento de adoración: pequeño rebaño, pero gran ejemplo de sencillez y amor verdadero.
La celebración concluyó con una misa solemne, colmada de devoción, durante la cual se llevó a cabo la imposición de escapularios del Sagrado Corazón de Jesús, un gesto exterior que refleja una decisión interior: la de vivir con Jesús, en Jesús y por Jesús.
La frase que quedó resonando en todos fue simple, pero poderosa: “Un corazón que ama, un corazón que llama.”
Y Jesús, desde su Sagrado Corazón, sigue llamando.
El testimonio fue claro:
Salón lleno.
Patio lleno.
Casa llena.
Corazones llenos.
Porque cuando el Sagrado Corazón entra a una casa, la llena con su luz, su paz y su ternura infinita.
“El Sagrado Corazón de Jesús… llena”, compartió emocionada una participante, Toné Tomás, conmovida por la fuerza de este encuentro.
Que esta fiesta no termine aquí, sino que despierte en nosotros el anhelo de consagrar nuestros hogares, nuestras familias y nuestra vida entera al Corazón de Jesús, fuente inagotable de amor y misericordia.