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La vocación misionera se lleva desde la infancia

Regnum Christi
Gracias a la labor de la “Santa Infancia” se hizo sacerdote, y hoy es obispo misionero en Mozambique.

Gracias a la labor de la “Santa Infancia” se hizo sacerdote, y hoy es obispo misionero en Mozambique.

Por Fernando de Navascués

Francisco Lerma es español pero lleva 47 años misionando en la diócesis de Gurúè, en Mozambique, de la que ahora es su obispo. Este misionero de la Consolata guarda entre sus recuerdos un especial cariño de cómo fue descubriendo su vocación misionera gracias a las actividades de lo que entonces se conocía como “la Santa Infancia” y hoy la “Infancia Misionera”: “En ese tiempo, en las escuelas, los maestros tenían unas alcancías con figuras que representaban a varios pueblos de la tierra: África, Asia, América…, donde los niños echábamos nuestros pequeños ahorros de fin de semana como sacrificio por la misiones”. Allí comenzó esta vocación que le ha llevado a dar lo mejor de sí mismo, aunque en alguna ocasión, como nos cuenta, ha estado a punto de perder la vida por una mina antipersona.

Ahora, desde su responsabilidad episcopal en el país africano, ha conseguido que los propios niños de su diócesis también sean misioneros. Nos lo cuenta, entre otras cosas, en esta entrevista.

Monseñor, ¿qué recuerdos guarda usted de su niñez sobre esta obra que en 2018 cumple ya 175 años?

Mi vocación misionera nace en el ambiente misionero de la Iglesia en España durante las décadas 1950–1960. En ese tiempo, en las escuelas, los maestros tenían unas alcancías con figuras que representaban a varios pueblos de la tierra: África, Asia, América…, donde los niños echábamos nuestros pequeños ahorros de fin de semana como sacrificio por la misiones. Un dibujo muy grande en forma de termómetro iba marcando “la temperatura”, conforme las monedas.

En las parroquias era muy grande el fervor misionero: campañas del Domund y de la Infancia Misionera, que se celebraban con teatros, poesías, cánticos, cabalgatas, concursos, jornadas de oración y temas apropiados de catequesis.

En mi época de seminarista también era muy vivida la dimensión de la Misión “ad gentes”. En ese tiempo, teníamos más de 50 sacerdotes “Fidei Donum” en varios países de misión. En ese contexto y como una semilla lanzada a la tierra, nace de una manera muy natural y progresiva mi vocación misionera.

Ya con 27 años, y prácticamente recién ordenado, le destinaron a Mozambique y desde entonces usted ha estado allí. ¿Cuánto tiene de responsabilidad aquellos primeros mensajes a la hora de decidirse por ser un sacerdote misionero?

De hecho, mi vocación fue madurando en la juventud hasta que se hizo realidad palpable en mi consagración “ad gentes, ad vitam et ad pauperos” con mi Profesión Religiosa en el Instituto Misionero de la Consolata y a seguir con mi Ordenación Sacerdotal; y se concretiza con mi destino y llegada a Mozambique, donde me encuentro desde 1971 hasta hoy.

La obediencia al mandato de Jesús de anunciar el Evangelio a todos los pueblos, el sentido de la universalidad de la fe y el amor cristiano sin fronteras, el amor a los más necesitados y marginados material y espiritualmente, fueron como la brújula responsable de la orientación de mi vida al servicio a la Misión. Los valores vividos como simiente en la niñez y en la juventud se hacen realidad concreta.

¿Podría contarnos algo de sus primeros años como misionero? Fueron los difíciles tiempos de la descolonización de Mozambique, incluso con una guerrilla en su misión…

Antes de todo eso, hubo un proceso de inserción en la nueva realidad que aparecía ante mis ojos: una tierra, un pueblo, una historia. Había que aprender nuevos idiomas, portugués, Emakwa, Xitshwa, Élomwe, entre la multitud de lenguas nacionales del mosaico cultural de Mozambique.

Llegué a Mozambique en el mes de marzo de 1971. La situación político-militar era grave, dramática en ese tiempo. Eran los últimos años de la guerra por la independencia del país. El pueblo luchaba contra el colonialismo portugués, una guerra que, en esta etapa final, duraba ya casi diez años, con sus terribles efectos de masacres, destrucción de infraestructuras, bienes y vidas; gente desplazada de sus aldeas y refugiada en otras tierras. Era el ambiente que encontré en mi primer campo de trabajo, la antigua Misión de Maúa, en la provincia norteña de Niassa.

Las visitas a las aldeas de la región eran siempre muy peligrosas por las minas antipersonales y anticarro, y por los ataques sorpresa de los guerrilleros y de los militares del ejército colonial. Yo mismo me salvé sin saber cómo, de una de esas minas.

Monseñor, usted qué tan vinculado ha estado con la obra de la Infancia Misionera, ¿tiene también niños misioneros en su diócesis?

Sin duda que hay niños misioneros en nuestra Diócesis. En las 25 parroquias de la Diócesis de Gurúè tenemos implantados los Grupos de la Infancia Misionera y muy diseminados en la mayoría de las casi dos mil pequeñas comunidades de aldea.

Los jóvenes que participan en la pastoral juvenil toman a su cargo, como responsabilidad y tarea propia, los grupos de los más pequeños de la comunidad.

¿Qué actividades hacen estos niños misioneros de su diócesis?

Las actividades de estos grupos, además de la formación, los niños visitan a los enfermos y personas más necesitadas con pequeñas obras de caridad (recoger leña, cargar agua, barrer y limpiar la casa); se integran en el grupo de los acólitos y lectores; tienen también actividades lúdicas y literarias (pequeñas representaciones bíblicas, cánticos y danzas, juegos); y también se visitan entre ellos.

¿Y cómo es la vida de estos niños misioneros?

Son vidas que te hacen pensar y te cuestionan: niños que, desde muy pequeños, cuidan de sus casas, ayudan a sus madres en la limpieza, en la recogida de leña para cocinar, en la búsqueda de agua para la higiene y demás servicios del hogar, su ayuda en el campo familiar, el cuidado de sus hermanos más pequeños.

Y lo más preocupante es la escolarización, la falta de una red escolar con infraestructuras dignas. La mayoría de los edificios son de material precario (de palos y cañas) unos y, otros, apenas a la intemperie, grandes sombras debajo de los árboles.

Además, está la alimentación. Los niños se encuentran en un estado de subnutrición muy elevado con consecuencias desastrosas para una salud consistente. Van a la escuela con apenas un poquito de té y un pedazo de tapioca.

Además de promover que los niños sean misioneros también con los niños, también se promueve su generosidad con las misiones. ¿En qué le apoya la Obra de la Infancia Misionera?

Limitándome a mi Diócesis, los donativos que recibimos de las Obras Misionales Pontificias como fruto de los cristianos de todo el mundo, se emplean, en primer lugar, en la manutención ordinaria de la vida de la diócesis y en la manutención del clero local y sus parroquias. Y, en segundo lugar, en proyectos concretos que presentamos puntualmente cada año de orden pastoral, educativa, sanitaria y social: orfanatos, escuelas, centros de salud, centros de pastoral, subsidios catequéticos y bíblicos, medios de transporte, seminarios, centros de oración y comunicación (Radios comunitarias).

Uno de los proyectos concretos que sostiene Infancia Misionera es el orfanato Arco Iris, ¿es correcto?

Efectivamente, “Arco Iris” es un internado para niños huérfanos, preferentemente por causa de VIH/SIDA, aunque también hay otros huérfanos por otras causas. Este año tenemos 45 niños internados desde 0 a 12 años. Los cuidan tres laicas, vírgenes consagradas mozambiqueñas y algunas jóvenes simpatizantes como colaboradoras.

Para la construcción del edificio que cobija a los niños y sus educadoras se recibieron, en su día, ayudas de la Infancia Misionera, de Manos Unidas, de África en Directo y de otras entidades, así como del apoyo local.

La alimentación diaria del orfanato y su manutención depende del apoyo local, del subsidio que las responsables reciben como maestras y de las entidades referidas, y del apoyo anual que se recibe de Infancia Misionera.

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