Vivieron siete días de silencio para hablar y escuchar a Dios siguiendo el principio y fundamento de San Ignacio de Loyola y tuvieron también dos días de convivencia y formación sobre el discernimiento vocacional.
“Yo en lo personal siento que mis ejercicios espirituales definieron mi año que, aunque sigo como colaboradora, cambiaron mi perspectiva de lo que es entregar mi tiempo a Jesús. Definitivamente mi fe cambió totalmente”.
Paulina Acosta de Culiacán, destino Monterrey.
El objetivo de participar en los ejercicios espirituales antes de regresar a sus destinos y empezar su segundo semestre como colaboradoras, es hacer una pausa en la actividad apostólica para dedicarse a la oración, la meditación y la interiorización de lo que Dios les pide.
“Es una parte increíble de tu año porque te hace reflexionar acerca de todo lo que has cambiado siendo colaboradora. Los ejercicios espirituales te permiten seguir a Dios de una manera honesta y profunda”.
Paulina Acosta de Culiacán, destino Monterrey.
Lo que viene ahora es ser consciente cada una de su realidad, pues ya la han experimentado estos meses y les queda la encomienda de aprovechar al máximo el semestre por venir.
“Reafirmé que Dios quiere lo mejor para mí y por eso me da la gracia de ver todo lo malo que quiere que yo vaya limpiando saliendo a mi encuentro de alguna u otra manera”.
Majo Vargas de Costa Rica, destino Querétaro.
Esta generación de colaboradoras se identifica como hermanas, donde reina la unión y el cariño por lo que vivieron una hermosa convivencia entre ellas y las candidatas del Centro de Formación.
“Fue un regalo que Dios me dejó vivir pues me permitió encontrarme con mi miseria y me hizo saber que así Él me ama. Encontré a un Dios personal, bueno y de amor”.
Majo Vargas de Costa Rica, destino Querétaro.
Encomendemos en nuestras oraciones a estas jóvenes apóstoles para que continúen siendo dóciles al llamado de Dios a extender su reino.
